Triste y desanimado, ¿y qué?

Pues vaya. Me encuentro con mi amigo íntimo, el de las confesiones, y lo veo triste y desanimado. Le pregunto si es por el Barça, o por la familia (su madre acaba de pasar un cáncer). O por los amores, o por los discursos de los políticos, o las campañas contra las terapias complementarias. Levanta la mirada y me suelta: “¿Es un problema sentirse así, triste?”

Hay quien no ha dudado en aconsejarle alguna pastilla para animarse. Mi amigo se niega en redondo. De momento prefiere seguir así. Y yo no lo entiendo muy bien porque podría estar la mar de feliz, mirando series o cualquier otra cosa por la tele.

Como me preocupa verlo así de triste, indago un poco por ahí. Y lo consulto con algunos expertos.

Primera sorpresa. No es alarmante. En la Asociación Internacional del Teléfono de la Esperanza comentan que en el último año recibieron unas 7.500 llamadas de personas desanimadas, tristes o depresivas. Pero sólo el 7% de estas llamadas requirieron algún tipo de terapia. El resto no era preocupante porque sencillamente estaban tristes. No es ninguna patología estar triste.

Es más, Montserrat Calvo, psicóloga y fundadora del Institut de Teràpia Racional Emotiva Conductual, destaca que la tristeza es un mecanismo de adaptación a un golpe de la vida. Se sufre una crisis. Y en China, que todavía se preserva cierta sabiduría de vida ancestral, la palabra crisis está formado por dos caracteres, recuerda Calvo. Dos caracteres que representan el peligro y la oportunidad.

¿Qué oportunidad? Conquistar el permiso de sí mismo para ralentizar la actividad. Un empuje a la introversión frente a la extroversión. Algo así como el slow live de Carl Honoré, y que tan de moda se ha puesto desde hace unos pocos años.

Además, Dacher Keltner un neuropsicólogo de la Universidad de California en Berkeley asegura que estar triste es útil. Compensa algunas alteraciones.

Y George Mark, director del Laboratorio de Estimulación Cerebral de la Universidad de Medicina de Carolina del Sur (Estados Unidos) lo argumenta. Cuando la persona se entristece se dispara la actividad de la corteza prefrontal izquierda. Así contrarresta el exceso de actividad del hemisferio derecho producido por ese golpe de la vida. Es lo que detectan con las neuroimágenes del cerebro captadas por las tomografías.

Aceptar la tristeza en lugar de negarla o asustarse, es lo que permite afrontar la crisis, la pérdida o lo que sea que sacude el alma.

Repaso las notas que he recogido para mi amigo el triste. Estoy sentado en un tranquilo restaurante cerca del Mercat del Ninot, en Barcelona. Entra una pareja mayor. Él camina con dificultades y casi no oye. Deben sobrepasar los ochenta. Sentarse para comer se convierte en una heroicidad. Hay situaciones y situaciones.

A mi lado, todavía en el restaurante, una mujer de setenta y pocos, sola. Un bastón la acompaña. Y el silencio. Centrada en el plato que le acaban de servir. Le cuesta sonreír. ¿Estará triste? ¿Es el peso de la soledad? Le paso el contacto de Accem (https://www.accem.es). Es una ONG que acaba de presentar un concurso relatos de historias de mujeres mayores que plantan cara a la soledad (https://bit.ly/2Jd00M1)

Me llega un wasap: Recoméndale a tu amigo la película Inside Out (en España titulada Del revés). Muestra la necesidad de la coexistencia de la alegría y la tristeza. La crítica la deja por las nubes (https://bit.ly/2HatGGg). Se la aconsejaré. Ideal para verla también con niños. Y para mí. A lo mejor no es un problema sentirse triste.