Pareja o sin pareja, Sant Jordi y el secreto de la rosa

Ya pasó Sant Jordi, la rosa y el libro. ¿O no? Un amigo muy íntimo se me confiesa. Y me dice que esta semana, él y su pareja han acordado seguir igual, pero sin nombrarse como pareja. Con tal afirmación las sinapsis de mis neuronas cerebrales se recalientan. Algo no me cuadra.

Vale que no viven juntos por circunstancias laborales y familiares. Vale que están un poco o muy locos y son de esas parejas abiertas, que cada uno hace lo que le da la gana. Vale que todo su entorno ve que se aman un montón, se respetan y se apoyan…

¿Entonces? Tan paradójico como que un dragón anduviera por ahí y que un tal Jordi se lo cargara para salvar una princesa. Tampoco me cuadra, aunque una parte de la cultura popular lo recoja así. Y empiezo a indagar…

Y en esa búsqueda se cruzan nombres como Jung y Juan-Eduardo CirlotCasilda Rodrigañez y Robert Fisher. También Gerard Quintana, sí, el cantante de Sopa de Cabra. Ha debutado como novelista con una historia de amor. Entre el cel i la terra, se titula.

“Hace tiempo que descubrí que el amor no es un concepto absoluto sino algo cultural. Todavía somos herederos de ese amor medieval o platónico que ya no sirve en pleno siglo XXI”, le cuenta Quintana al colega periodista de La VanguardiaAlbert Domènech https://bit.ly/2VU2zoX.

Y añade, “He aprendido que las heroínas en esta vida son las mujeres. Los hombres estamos más atrapados por la obligación a la que nos ha llevado el sistema patriarcal de asumir un papel y renunciar a nuestra feminidad”.

También nos lo recuerda Casilda Rodrigañez, escritora sensible y atrevida en La sexualidad y el funcionamiento de la dominación https://bit.ly/2XyGlJM.

O el inquieto Robert Fisher con El caballero de la armadura oxidada. Es la herencia del gran sintetizador Carl Gustav Jung, hijo rebelde de otro médico, Sigmund Freud, padre del psicoanálisis. Jung rescata leyendas como arquetipos del alma. Esas cosas que suceden en nuestra interioridad más íntima que no siempre nos atrevemos a descubrir.

Todos somos caballeros, todos somos princesas, todos somos dragones. En China lo tienen muy claro, y el genial Gaudí también. El caballero Sant Jordi sometió al dragón, no se lo cargó. Sigue muy vivo y coleando. En Barcelona hay unos cuatrocientos. En la Casa Batlló, en la Torre Bellesguard… Dragón como chispa de fuego interno, la fuerza de Kundalini que atraviesa el ser desde la zona sacra hasta la coronilla pasando por el corazón. Ojo que puede quemar.

Y mi amigo del principio, recuerda el primer dulce beso en los labios de una Virgo. Debería tener unos catorce años, igual que ella. Fue en el laberinto de Horta, en esta Barcelona casi oculta. Un laberinto, como las manifestaciones del amor. Una fuerza centrífuga, expansiva, como la belleza de la rosa roja y la intensidad de su perfume. Toda pasión, con sus espinas, como nos recuerda el sufismo o los rosacruces o el budismo o los celtas. Símbolo de la vida, con sus dolores y alegrías.

Visto así, tal vez es verdad que no es necesario tanto nombrarse pareja como compañeros de viaje o de vida. Empezamos a desnudarnos. Siglo XXI.