Ira blanca o roja, el control de la rabia y el malhumor

Mi amiga saltó por los aires. Su control de la rabia se esfumó por arte de magia. Se cabreó con su padre, ya mayor. Fue en el hospital cuando visitaban a su madre, también mayor, recién operada.

El desencadenante: el padre de mi amiga, terco como una mula, gritaba a la doctora, a los enfermeros, a su propia hija. En medio del pasillo de las habitaciones, sin respetar el descanso de otros pacientes.

Con 86 años y su estado de deterioro casi se le puede perdonar. No era la primera vez. Una escena habitual a diario. Varias veces al día. Un malhumor que persiste. Consigue contenerse bastante si su hija está presente. Pero en esta ocasión no fue suficiente. Y ella reaccionó y sucumbió. Fueron unos segundos que se convirtieron en eternidad para mi amiga.

Está acostumbrada a tratar a su padre. Este reconoce que sólo ella es capaz de acogerle, escucharle… Nadie más. Siempre he pensado que mi amiga es una santa, con una santa paciencia. Pero el otro día también salto por los aires con su pareja, me cuenta ella. Un arrebato de cólera. Ira roja lo llamaría el psiquiatra Louis Corman.

Aunque es una reacción tan antigua como la humanidad, la ciencia moderna ha conseguido encapsularla, medirla y registrar los mecanismos desencadenantes de esta rabia. La neurociencia avanza una barbaridad.

A veces con métodos heterodoxos. Como los del psiquiatra David Hawkinshttps://bit.ly/2HJsVnU . Diseñó ya hace unos años lo que él llamaba un mapa de consciencia donde ubicar esa ira. Lo explica en “El poder contra la fuerza. Los determinantes ocultos del comportamiento humano”, uno de sus libros. Y habla de niveles de consciencia, sí.

También con métodos más ortodoxos. Como aplica Jon Kabat-Zinn director del Stress Reduction Clinic y del Center for Mindfulness in Medicine, Health Care and Society de la Universidad de Massachusets https://bit.ly/2JX6caB .

En cualquier caso todos coinciden que la rabia o el malhumor no deja de ser la reacción a una expectativa no cumplida. Así lo resume Marta Centellas, psicóloga, enfermera y directora del centro Sum de Barcelona. Y el organismo, que tiene vida propia más allá de nosotros mismos, lo interpreta como una amenaza.

“Lo valora en términos de poder y control, salirse con la suya”, según Jon Kabat-Zinn en su libro “Vivir con plenitud las crisis”. Y eso desbarajusta la amígdala, esa zona del cerebro que regula las respuestas emocionales más irracionales. Se produce violencia sea interna o externa.

¿Qué hacer con esta irracionalidad? No es tanto negar el enfado, como bien señala el popular psicólogo Tal Ben-Shahar https://bit.ly/2VI5TTd, como considerar que esa reacción automática defensiva o agresiva, es una oportunidad para tomar consciencia de ello y reflexionar… Con ello se abre la posibilidad de trascender los instintos inconscientes profundamente arraigados, en palabras de Kabat-Zinn. Ni más ni menos…

Pero hay que cultivarlo deliberadamente. No es un don caído del cielo… Es un acto de decisión, un acto de voluntad. Y precisa de una estrategia. Veamos… Algunas pistas las da Maria Mercè Conangla, psicóloga, cofundadora de la fundación Àmbit y directora del Instituto de Ecología Emocional.

A grandes rasgos requiere de potenciar el autocontrol. No confundir con represión que implicaría no permitirse reconocer las emociones. El autocontrol pasa por reconocer lo que se siente y comunicarlo a la persona adecuada, en el momento oportuno, de la forma apropiada y con el propósito justo.

Complicado, sí. Pero ya hemos señalado que no es un don caído del cielo. Marta Centellas advierte que hay personas que prefieren vivir en la queja y hacen del malhumor y la rabia un estilo de vida. Pero no es el caso de mi amiga. Se lo comento, y quiere saber más.

Le hablo entonces de hormonas y neuronas. El malhumor, la rabia, el displacer está relacionado con los niveles de endorfinas y otros neurotransmisores como la dopamina. Y el cerebro necesita sus dosis para percibir el goce o, dicho de otra manera, para neutralizar el displacer.

El goce puede residir en darse permiso para pasear o sencillamente dejarse acompañar. Es el efecto de las neuronas espejo, como le gusta recordar a la recientemente galardonada con el Premio de Asturias de las Letras, Siri Hustvedt https://bit.ly/2EwSB6y .

Es entrevistada por Xavi Ayén https://bit.ly/2M2a50v : “Las neuronas espejo activan en el interlocutor que nos mira las mismas neuronas que se activan en nosotros cuando realizamos un acto. Son la constatación científica de conceptos filosóficos, como el de conciencia colectiva, que dejan de ser especulaciones para convertirse en una realidad corporal”.

Se produce un flujo de energía empática. Es comunicación destaca Jon Kabat-Zinn, imprescindible para no enquistarse con la mirada en el ombligo. Se establecen vínculos. Disminuyen entonces las amenazas, y las rabias, las violencias. Cada vez hay más personas conscientes de este movimiento interno.

Se lo digo todo a mi amiga. No lo ve muy claro. Está al tanto de la violencia física que hay en el mundo, de la agresividad verbal en los políticos, en las personas en general, en la actitud de su padre. Le paso entonces esta charla TED del psicólogo experimental Steven Pinker https://bit.ly/2W0TQFO . Argumenta la disminución de la violencia desde tiempos bíblicos hasta el siglo XXI, hasta ahora.

También aconseja Pinker que no busquemos la perfección, ni el mundo perfecto, ni personas perfectas…. Somos lo que somos… en proceso. Mi amiga, yo y todos. Una existencia llena de neuronas espejo. Simple, complicado.