El truco de la misteriosa carta

Sí. Seguimos. Busco mi punto de picardía. En mi caso, ingrediente necesario para conectarme. Conmigo mismo y descubrirme. Y así desvelar algún truco que prometí (https://bit.ly/2x2najV) para reencontrarme con mi amiga del alma.

Me acomodo y mentalmente me traslado a la iglesia de San Pablo de Baltimore, en Estados Unidos, como si de una meditación autoguiada se tratara.

Pero llaman a la puerta de casa y regreso de mi frustrada meditación. Debe ser alguno de mis vecinos. Es raro. Pero como todo es raro voy. Abro la puerta.

Nadie. Salvo una carta sobre la alfombrita semicircular de la entrada. Lleva mi nombre. Un poco misterioso todo esto.

Regreso al sofá. Con ganas de abrirla. Empiezo… pero mi móvil empieza a sonar. Una llamada. Vaya. Una llamada que me traslada a los tiempos que acariciaba la idea de mi vida monacal.

Es de uno de mis amigos psicoanalistas. Una profunda amistad que se inició en aquella lejana época adolescente y que perdura en el tiempo. La amistad es un valor. Sí, un gran valor. Y en las circunstancias que vivimos ahora, buen momento para hacer un repaso de quienes nos acompañan en esta vida. Lo que nos aportan. Las idas y venidas. Lo aprendido de esas relaciones y lo que se sigue aprendiendo. Me confronta con la existencia. Es efímera.

El confinamiento me lleva a esos ejercicios de reflexión que hacía en mi juventud sobre el sentido de esta vida y qué quería hacer con ella.

Bueno. Cojo la carta para abrirla. Sólo una hoja y tres propuestas.

Primera. En lugar de por qué, pregúntate para qué.

Cierto, pienso. Es una de las cosas que aprendí en su momento. En según qué situaciones, obtenía entonces una perspectiva que me permitía distanciarme emocionalmente del conflicto, respirar más profundamente, desatraparme mentalmente. Surge un halo de confianza hacia lo que me depara la vida. Así crecí.

Y aprendí a vivir con preguntas sin responder.

Siempre me han encantado estas palabras de Rainer Maria Rilke, un poeta de vida convulsa, atrevida, rebelde…:

“…Tratad de amar la pregunta en sí… No tratéis de encontrar ahora las respuestas, que no os pueden ser dadas, porque no seríais capaces de vivirlas. Lo esencial es vivir cada cosa. Vivid las preguntas ahora. Quizá en un futuro, gradualmente, sin hacerles caso, un día lejano, viviréis las respuestas”.

Tal vez es difícil. Sin duda. Pero a mí me ha servido en muchas etapas de mi vida y me sirve ahora.

Y sigo con la carta.

Segunda. Conquístate.

Ufff…!!! Vaya con la palabreja. ¿Conquistarme? ¿Qué querrá decir exactamente? ¿Qué implica? ¿Qué hago? ¿Por dónde empiezo? Menos mal que estoy en el sofá porque mi mente se ha disparado y casi me mareo. El móvil vuelve a sonar. Jolines. Otro amigo.

Tiempo de amigos, tiempo de conquistas. Y de alguna manera siento agradecimiento. Por la llamada. Me reconforta. Así que llamo yo a otro amigo. También me lo agradece. Cuando doy me siento poderoso. Tomo nota.

Necesito refrescarme y voy un momento al lavabo. Abro el grifo y refriego el agua en mi cara. Qué sensación. Y vuelve el agradecimiento. Confinado, pero tengo agua al instante. Qué alivio. Valorar lo que tenemos.

Y retomo la carta.

Tercera. Cara y cruz. Ver “Hysteria”.

¿Eh? Busco en google y veo que es una película que dirigió la directora Tanya Wexler en el 2011. ¿Sabes cuándo y cómo se inventó el vibrador eléctrico?

Yo ni me lo había planteado. Segunda mitad del siglo XIX. Un médico, Mortimer Granville. Es despedido por querer mantener la higiene y así evitar contagios y enfermedades por gérmenes (ahora sabemos que es imprescindible, mientras que en aquella época era considerado una excentricidad). Más tarde es contratado como asistente en una consulta privada.

¿Su tarea? Masajear la zona genital de las pacientes para tratar la histeria, diagnosticada entonces como enfermedad. Un trabajo arduo. Se cascó la mano. Pero gracias a su amigo aristócrata que acababa de inventar un plumero eléctrico, lo reconvirtió en lo que más tarde conocemos como vibrador eléctrico. Eureka.

De los virus al orgasmo femenino. Magnífico. Al fin y al cabo, la raíz griega de la palabra histeria viene de útero. Con el tiempo dejó de ser diagnosticada como enfermedad.

Todo tiene su reverso. Cara y cruz. Como “El capitán y el mozo”. Un relato de Alessandro Frezza, identificado erróneamente como un fragmento de “El libro rojo de Jung” (igualmente interesante).

Empieza así: “Capitán, el chico está preocupado y muy agitado debido a la cuarentena que nos han impuesto en el puerto…”.

Termina así: “…Sí, aquel año me privaron de la primavera, y de muchas cosas, pero yo había florecido igualmente, me había llevado la primavera dentro, y nadie nunca más habría podido quitármela”. (Recogido en la web de Ciara Molina https://bit.ly/2wWb3VE).

Y vuelven a llamar a la puerta de mi casa… ¿Otra carta?