El controlador

¿Quién controla la vida?, suelta mi amiga del alma…!!! Ya estamos… Es ella, claro. Semanas sin verla. Viene a acompañarme por la marcha de mi padre… Lo agradezco. Pero preguntarme eso… Sí, él era controlador.

Y partió el pasado 21 de enero. Hace un mes. Eso no lo controló. Estaba mayor y dolorido. Eso tampoco lo controlaba. Tampoco su memoria a corto plazo. Sí, quería hacer ya el viaje de retorno.

¿Y por qué me preguntas ahora sobre el control? Quiero saber.

Mi amiga del alma no me contesta, pero reflexiono. El controlador no quiere incertidumbres. No queremos incertidumbres. Y mi padre, un hombre nacido en los años treinta, el control que quería ejercer era omniabarcante. Una especie de ADN cultural de su generación.

¿A dónde lleva querer ser controlador?

Mi padre, por controlar, quiso dejar bien atado hasta qué hacer con su cuerpo cuando dejara de latir. Donar los órganos a la ciencia y ser incinerado. La broma del destino. Ni una cosa ni la otra pudo ser.

Y como parte del guion de una película de los hermanos Marx, por los que él tenía devoción, su ataúd además no entraba en el nicho. Seguramente se resistía porque él quería ser cenizas. La escena duró varios minutos entre rumores cómplices y risas contenidas de todos nosotros.

¿Ves papa que no se puede controlar todo?

Richard Bach, por el que también tenía predilección, vino a su rescate. Unas pocas gaviotas surcaron el cielo azul en aquel preciso momento. Volaron en círculo por unos breves instantes. Su alma se unió a la de Juan Salvador Gaviota y el ataúd entró entonces sin dificultad alguna en aquel nicho alto orientado al sol.

Perfectamente imperfecto, como dice mi amiga del alma. Algo así como aprender a vivir con la incertidumbre, sin tanto control. Un buen reto. Lo explica el sociólogo y analista junguiano Luigi Zoja: “Para la mayoría de hombres parece más importante el control de la inseguridad que el uso de la libertad”.

También sucede en las ciencias. En su momento el teorema de Gödel fue un terremoto para los matemáticos. Demostró que no todo razonamiento matemático es demostrable, y no por eso deja de ser cierto. Esto lo recuerda Joan Melé, presidente de la Fundación Dinero y Conciencia, en su último libro, la segunda parte de la trilogía “¿Seres humanos o marionetas?”.

Cuánta razón. Mejor abrir las fronteras de la mente. Porque esa obsesión por el control puede devenir en amargura. Difícil sacudirse de la amargura, pero no imposible. Y mi amiga del alma comparte algún truquillo para deshacerse de esta sensación que puede ser inquietante.

Tú toma algo de distancia para ganar perspectiva.

Le pido algún ejemplo.

Y me comenta: Si dentro de la amargura le pones algo de espacio y tomas la determinación de cambiar algún detalle, la “amargura” se convierte en “amar cura”.

Ya ves, pienso, una tontería no tan tontería. El poder del verbo.

Sigamos transformando el mundo desde lo perfectamente imperfecto. Sin querer controlarlo todo. T’estimo papa.