Calenturas varias con el calor

Hoy va de calenturas. Lo suelta así a bocajarro mi amiga del alma. Entre eso y el calor no sé adónde mirar. Soy tímido. Prefiero cerrar los ojos.

Sé que cuando los abra enviarán a mi cerebro cien mil millones de imágenes por segundo. Más o menos. Una barbaridad de datos, de información.

Con un matiz importante, una pregunta: ¿qué imágenes?

Porque hay un hándicap o una suerte, según como se contemple. Pues el cerebro no distingue lo observado de lo imaginado. Para nuestra cabeza todo son datos que recibe y reacciona a ellos. Y para liarla un poco más, los neurocientíficos hablan de que incluso las ilusiones ópticas son necesarias para su funcionamiento.

Un galimatías, vaya. Puede ser una trampa, pero ahí reside también el enorme poder y complejidad del ser humano, y que lleva de cráneo a algunas ramas de desarrollo de la inteligencia artificial.

No es tan raro entonces que el multimillonario y propietario de Tesla Motors, Elon Musk, o el cofundador de Skype, Jaan Tallinn, como tantos otros, participen y amparen las campañas del Future of Life Institute, una institución de la que ellos forman parte (https://futureoflife.org/).

¿Qué pretenden? Entre otras cosas muy interesantes, rescatar lo que hace único al ser humano. La identidad. La identidad y su capacidad de empatizar con otras identidades (otro día hablaré de ello).

Es entonces cuando la consciencia entra en juego, añade mi amiga del alma. Otro reto para los investigadores. Hay ya mucha ciencia que traspasa los límites del materialismo.

Empezó a demostrarlo hace bastantes años el neurofisiólogo y premio Nobel John Eccles al comprobar que nuestras intenciones son las que activan las neuronas y no al revés. El ser humano va por delante de su propio cerebro.

¿Consciencia? ¿Inteligencia artificial? ¿No iba de calenturas? Me despistas, le respondo a mi amiga del alma. Con el título me calenté, sentí calor, aparecieron mil imágenes en mi mente. Pero ahora ya no sé.

Todo va unido, me indica ella. No dejan de ser imágenes, y muy reales y que inciden en el mundo que te rodea. Y salen cosas muy interesantes, insiste.

Pues no sé.

Y sigue. Mira el Proyecto de Conciencia Global (GCP en sus siglas en inglés). Lo puso en marcha el decano de la Escuela de Ingeniería y Ciencia Aplicada de la Universidad de Princeton y profesor de Ciencia Aeroespacial, Robert G. Jahn. Han colaborado en este proyecto muchas universidades de todo el mundo. Y con sus experimentos pudieron comprobar, una vez más, que la intención puede moldear la realidad.

Hablan de consciencia. Y el conjunto de consciencias como consciencia colectiva. Es una manera de renombrar el inconsciente colectivo que en su día desarrolló Jung, el psiquiatra discípulo de Freud. Un concepto que permite penetrar en las claves de la simbología de cada cultura y su relación con la individualidad o la identidad de la que antes te he comentado, añade mi amiga.

Buenoooo… Estoy un poco atolondrado ya.

Vale, vale. Ya paro.

Parece que mi amiga se apiada de mí. Me relajo. Respiro. Pero entonces me propone un acertijo relacionado con la simbología, la creatividad y la identidad.

¿Qué se preguntan casi todas las culturas del mundo y la ciencia?

Tú dirás…

El origen del mundo.

¿Ah sí? Genial. Ahora le vacilaré a mi amiga del alma.

Como es verano y estoy juguetón le doy la vuelta a la tortilla y le pregunto:

¿Y tú sabes qué misteriosa mujer posó para “El origen del mundo” del pintor Gustave Courbet?

Y añado. Hoy es una de las pinturas más célebres. Uno de los desnudos más escandalosos de la historia. Aunque más de cien años fue un cuadro secreto. Hasta 1995.

Ahí la pillé. Sincronías de la vida. Hace pocas semanas leí un interesante reportaje de mi colega Teresa Sesé en las páginas de cultura de «La Vanguardia» con esta pregunta.

Y la respuesta no puede ser más sugerente.

Resumiendo, era una de las amantes de un diplomático turco en Francia, que terminó convirtiéndose en una reconocida filántropa. Promovió el cuidado de los niños huérfanos (https://bit.ly/3gAywNB).

Ya ves. El origen del mundo. Hay calenturas muy creativas que pueden transformar la sociedad. Imágenes. El poder de la intención. Y sin prejuicios. La identidad. Cada uno tiene la suya. Más allá de la inteligencia artificial.

Caminos. Como los de Eva Kunstenaar. No tiene ni veinte años y ya ha escrito varios libros. El último una novela. “La chica que soñaba con volar”, se titula. Su reseña: “Dos personajes, dos opuestos, un lobo blanco y un lobo negro, ¿a cuál escucharás?”.